jueves, 17 de diciembre de 2009

Qué pienso cuando escucho “discriminación”?

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(Lic. Oscar Olivera Arellano, Espacio Encrucijada Queer)

Cuando hablamos de “discriminación” en relación a nuestra condición humana, estamos haciendo referencia a una persona o grupo que se la trata de manera desfavorable a causa de prejuicios de muy diverso origen, sea por condición social, por cuestiones de raza, de religión, de orientación sexual, de género, por un tema de edad, por ser extranjero en un país o por tener capacidades diferentes.

Por otra parte, también se distingue aquella de la “discriminación positiva”, que más bien tiene que ver con reconocimiento, con inclusión.

Pero, evidentemente que las formas de discriminación que nos preocupan son aquellas que ponen al otro/a o a un grupo humano como si fueran prácticamente enemigos, y que por lo tanto, han de quedar fuera de cierta forma de “círculo selecto”, es decir ser varón de raza blanca, joven, de clase media, heterosexual y no poseer ningún hándicap físico y/o psíquico.

Así las mujeres, los homosexuales, los negros, las personas que viven en situación de pobreza y miseria, los judíos, los “discapacitados”, los inmigrantes, sufren en carne propia tratos discriminatorios, que incluso llegan a situaciones de violencia física o simbólica y hasta la muerte.

En estos últimos tiempos, en las naciones consideradas democráticas se ha avanzado en cuanto a proteger el ejercicio de los derechos de todas las personas sin exclusión, y así existe una amplia legislación contra la discriminación en materia de igualdad de oportunidades de empleo, vivienda y bienes y servicios, por ejemplo.

Sin embargo, en la práctica, en el seno de nuestras sociedades se siguen dando prácticas que reflejan odio, rechazo a quien no encaja con el modelo dominante o que se pretende sea el “ideal a seguir” (repetimos: hombre blanco, heterosexual, clase media, empresario, joven, emprendedor, etc.).

Y en momentos de crisis y recesión económica, de grandes contradicciones políticas, de continuas guerras por supuestos motivos religiosos (como en países de cultura musulmana), han resurgido con mucha fuerza el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la intolerancia.

Por eso, el escritor portugués José Saramago, se hace la siguiente pregunta: “¿Cómo ha sido posible encontrarnos con esta plaga de vuelta, después de haberla creído extinguida para siempre, en qué mundo terrible estamos finalmente viviendo, cuando tanto habíamos creído haber progresado en la cultura, civilización, derechos humanos y otras prebendas..?”

Por eso, más allá de esfuerzos de algunos gobernantes, que defienden los derechos humanos de todas las personas sin exclusión, las personas y organizaciones sociales que trabajan en la promoción de los derechos, tienen aún muchísimo por hacer, y realmente es una tarea titánica, incluso casi imposible, pues hay que llegar a remover los fundamentos del actual sistema socioeconómico neoliberal (capitalista), principal precursor del “hombre ideal” que es el que también tiene en su poder el control y filtro de quienes pueden ser consideradas personas normales y quienes no…

Si no logramos generar un mundo nuevo, donde las diferencias que se tengan en cuenta sean las que resalten nuestros talentos y virtudes, y donde cada uno/a pueda mirar a otro/a sin desprecio y sí con sentimientos de respeto y aceptación, nuestra humanidad no tendrá un futuro muy optimista.

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